I
Azucena vestía siempre vestidos floreados, largos, hasta los tobillos; zapatos oscuros de taco corto y ataba su cabello negro con fuerza, como en penitencia; iba siempre a misa, en las mañanas y en las noches; después regresaba a casa y ayudaba a Doña Marcela a acostarse.
Doña Marcela era soltera y había contratado a Azucena años atrás, cuando aun era adolescente, como empleada, pues sin hijos ni familiar cercano, necesitaría a alguien que la ayude cuando su enfermedad avance.
— Cómo esta Doña Marcela — preguntó el padre Rafael
— Mal, padre, ya no se puede levantar porque no puede ver —
— Era algo de esperar por su enfermedad y su edad —
— Lo sé, pero bien merecido lo tiene—
— Tranquila, de nada sirve el rencor, hija, tranquila —
El padre Rafael dejo caer su mano sobre la pierna de Azucena, la acaricio y apretó con extraña inocencia, siguió acariciando hasta subir la falda. Azucena puso su mano sobre la mano del padre, él retiro su mano bruscamente, asustado, se puso de pie y se dirigió al confesionario. Azucena se quedo rezando, pidiendo perdón por las cosas que sentía cuando el padre Rafael tocaba sus piernas y deseando que Doña Marcela muriera pronto.
Azucena no estaba muy segura de porque sentía tanto odio a quien durante años fue su patrona y a quien ella aun cuidaba fielmente; Tal vez era que Doña Marcela nunca le hablo como algo mas que una empleada, tal vez era el deseo de quedarse con sus posesiones, tal vez era el simple hecho de odiarla porque sí. Ella prefería lo ultimo, pues nunca se sintió como algo mas que una empleada y no sabría que hacer con el dinero de Doña Marcela.
II
Esta vez el padre Rafael introdujo su mano bajo la falda negra, floreada siempre, las panties no lo dejaron avanzar, Azucena se acerco, intento besarlo, el padre Rafael respondió con una bofetada.
— Es que acaso estas loca? —
— Disculpe padre —
— ¿Qué harás si te ven tratando de besar a un sacerdote? —
— No sé, discúlpeme, es que no sabía que hacer —
— Nada! No hagas nada! —
— Es que siento cosas —
La expresión del padre se alejo de la severidad y se torno curiosa, perversa
— Dime qué sientes —
— No sé, la barriga se me adormece —
— ¿Te gusta? —
— Si, no, no se padre —
— Dime, no me enojaré —
— Si padre, si me gusta —
— ¿Quieres que lo vuelva a hacer? —
— ¿Y si me dan ganas de besarlo? —
— Te aguantas! —
El padre volvió a enfrentarse a las pantimedias, con la otra mano desabrocho el vestido y le sujeto fuerte un seno. Cuando se canso de intentar deshacerse de las medias se fue.
Azucena no rezo, sintió que esto volvería a pasar.
A pesar que Azucena siguió asistiendo a misa, el padre Rafael ni siquiera le dirigía la palabra, casi ni la miraba; así pasaron meses, el odio hacia Doña Marcela siguió creciendo en Azucena, la culpaba del olvido del padre Rafael.
Azucena tenía veintitrés años, pero lo más cercano al sexo habían sido las manos del padre Rafael, ella solo iba a la iglesia y al mercado, y solo conocía al padre Rafael, un par de cucufatas, y a Rogelio; Rogelio vendía carne en el mercado, siempre coqueto y conchudazo, saludaba a todas las viudas, por muerte del esposo o por muerte sexual del esposo.
— Qué tal Señito, Cómo le va — Como cantando
— Hay Rogelio no sé que cocinar — la voz caprichosa
Discutían que era mejor cocinar para los hijos de mercedes, quedaban en almorzar juntos y así probar el plato recomendado; a Rogelio le gustaban todas, y se acostaba con cuánta podía, era el amante perfecto de las regordetas madres de familia o solteronas, entraba al mediodía a sus casas, se hacía del festín y se iba antes que el esposo regresara de trabajar.
Pero Rogelio quería a azucena, aunque esta lo llamara tío por conocerlo desde muy niña, antes de despertar en él el más feroz apetito sexual, pero Rogelio sabía contenerse, era cauteloso, acariciaba las manos de Azucena cuando le entregaba el pedido, siempre se ofrecía a cocinarle algo, Azucena no aceptaba.
— La Doña no quiere que nadie entre —
— Pero si ella no se va a dar ni cuenta —
— Tal vez en otra oportunidad tío Rogelio —
— ¿Segura? Yo te preparo mi famosísimo escabeche en un dos por tres y lo comemos escondidos y calladitos, la Doña ni cuenta se dará —
— Hoy no tío, pero voy a ver que día —
— Ya chiquita, te me cuidas —
— Chau tío —
Azucena se alejaba a pasos cortos, vestido azul noche flores blancas y amarillas, el aire contra el vestido hacían delirar a Rogelio.
III
Azucena fue a atender el timbre, era de noche
— Padre Rafael —
— Hola, hija, vine a ver como sigue Doña Marcela, me dijeron que está muy mal —
— Bueno, como siempre padre, acostada —
— ¿Puedo pasar? —
— Usted sabe que a la Doña no le gusta que nadie entre —
— Sólo quiero ver como está —
El padre Rafael no dijo más y entró
—Ahí está— Azucena Señalo la cama de Doña Marcela
—Doña Marcela, soy yo, el padre Rafael—
—No lo reconoce, ya casi no ve ni oye, tampoco quiere hablar— respondió azucena
El padre Rafael paso la mano sobre la cara de Doña Marcela, como probando sus reacciones.
—Nada, está como perdida, no reconoce nada—
—Así esta casi todo el día, a veces mejora pero solo por ratitos—
El padre Rafael apagó la luz del cuarto y besó a azucena
—Hija, ya quítate estas benditas medias—
—Sí padre—
Azucena se quito las medias, el padre la sujeto de la cadera y la volteo contra la pared, Azucena estaba asustada, el padre Rafael subió su vestido.
— Padre duele mucho—
— Tú querías besarme, ahora debes hacer lo que yo quiero —
Azucena no pudo evitar llorar, cuando el Padre Rafael terminó prendió la luz
—De esto no se entera nadie hija—
—Está bien padre—
IV
Azucena no fue a misa durante toda la semana, sentía que había hecho algo sucio, que no podría volver a mirar al padre Rafael a los ojos y menos entrar al templo de Dios. Azucena estaba en la sala junto a Doña Marcela cuando el padre Rafael tocó el timbre.
—Doña Marcela! — entró sin preguntar, no saludó a Azucena
—La Doña sigue igual padre— azucena tímida, encogida
—Y qué hace acá, ¿no debería estar acostada? —
—Es que así siento que me hace compañía, después la acuesto—
—No deberías hacer esto, es peligroso para la doña—
—Lo siento padre—
— ¿Por qué no vas a misa? —
—No he tenido tiempo—
—No mientas, te da vergüenza lo que hiciste—
—Si, padre, no estuvo bien—
— O… ¿no te gustó? — El padre volvió a cambiar
— Si, pero me dolió mucho y no está bien, usted es sacerdote —
— Discúlpame si te dolió, me deje llevar— Acaricio el cuello de azucena y lo besó
— La Doña nos puede ver —
— la vieja ni sabe que está viva —
Los dos se sonrieron, ella se quito el vestido, las panties, el fustán, la ropa interior, los lentes, todo lo hizo increíblemente rápido; luego se dio vuelta.
—Ya no duele mucho—
—¿Te gusta? —
—Sí—
Luego se acostaron en la mesa central, frente a Doña Marcela.
—Así es mejor, no duele—
—Pero es mas peligroso hija, debes empezar a tomar pastillas para no quedar embarazada—
— Si, padre, mañana averiguo—
El padre Rafael se marchó de madrugada, así seria durante meses, hacían el amor en donde pudiesen.
V
—Vamos a tener que dejar de vernos un tiempo—
— ¿por qué? —
— Hay sospechas sobre mí—
— Imposible—
— Bueno lo mejor será dejar que las cosas se enfríen—
No pasaba un día en el que Azucena no preguntase al padre si podría visitarla, la respuesta era siempre no, y cada vez era más tosco y frío.
Una mañana mientras buscaba el dinero para pagarle a Rogelio, Azucena dejo caer las pastillas que el padre le dijo que tomara. Rogelio las reconoció, todas sus conquistas lo adoraban pero ninguna quería tener un hijo suyo. No dijo nada, se sintió tonto, enojado.
Días después volvió a ofrecer sus servicios de cocinero a Azucena, esta vez, decidido a entrar a esa casa y hacer suya a Azucena, sea como sea.
—Hoy puedo cocinar, ya estoy cerrando—
—Esta bien tío Rogelio, te espero en una hora—
Rogelio no supo que responder, el estaba preparado para insistir, pero no para esto. Azucena se marcho, había algo distinto, no tenia panties y llevaba el pelo suelto. Rápidamente Rogelio tuvo que replantear todas sus fantasías, todo el guión del sueño erótico se había arruinado.
Rogelio decidió llevar un vino, preparó su famoso escabeche y se sentaron a comer juntos.
— Chiquita, disculpa la pregunta, ¿tienes pareja? —
— No tío Rogelio, ¿por qué? —
— Curiosidad, qué tal mi escabeche —
— Riquísimo —
Rogelio se paró a servirle un poco mas de vino a Azucena, ya tenía un plan, el vaso cayo y el vino mancho su pantalón.
— Carajo! — Frustrado Rogelio — Discúlpame chiquita—
— Yo te ayudo tío —
Azucena tomo una servilleta y fingió limpiar a Rogelio mientras lo tocaba, mientras husmeaba y era testigo de una erección, porque el padre nunca la dejo ver. Azucena bajo el cierre de Rogelio y siguió inspeccionando, admirando, era esto capaz de haberle producido tanto placer y de haberla hecho olvidar a Dios mismo, será que esto era el amor que sentía por Rafael, quería volver a enamorarse, volver a olvidarse de Dios, volver a burlarse de Doña Marcela, lo sujeto y metió en su boca, Rogelio no dijo una palabra, Azucena no cerraba los ojos, observaba cada detalle. Después se subió en la mesa de rodillas y le dio la espalda a Rogelio.
— Por ahí no, por atrás —
Rogelio sorprendido le hizo caso, Azucena sentía que no había comparación, Rogelio era cien veces mejor amante que el padre Rafael, mas firme, mas grande, mas fuerte, pero algo faltaba, algo la hacía seguir buscando.
— Ven— Azucena camino desnuda hacia la habitación de Doña Marcela
— ¿Qué pasa, nos va a ver? —
— Bueno fuera, quiero que me ayudes—
Azucena tomó una almohada e intento ahogar a Doña Marcela, Rogelio la detuvo.
— No seas tonta, te vas a ir presa—
— No me importa, y si no me vas a ayudar, vete—
— Tranquila, te voy a ayudar—
Rogelio fue al baño y luego regresó
— Vamos ayúdame a llevarla al baño—
— ¿Qué vas a hacer? —
— Ayudarte
La llevaron al baño y la metieron en la tina, abrieron el caño, dejaron que el agua suba, Azucena besó a Rogelio.
— Hazme lo que quieras —
— No lo dudes chiquita—
Hacían en amor mientras el agua subía, azucena gritaba, nunca había gritado, levanto la cabeza, vio el cuerpo hundido en el agua de Doña Marcela, parecía mirarla fijamente, parecía condenarla, Azucena tuvo un pequeña sonrisa perversa y tuvo un largo orgasmo mientras los ojos abiertos, celestes de Doña Marcela seguían fuertes.
VI
Pasadas las investigaciones Rogelio fue a vivir junto a Azucena en la casa de Doña Marcela, Azucena aún tenía grabada la mirada final, castigadora de Doña Marcela y cada vez que parecía que la culpa y Dios entrarían a hacer justicia, Hacia el amor con Rogelio, la culpa se convertía en libido y la mirada en el orgasmo infinito.
Siempre iba a misa con el cabello suelto, tacos altos, el vestido entallado, sin panties ni ropa interior, cuando se confesaba le contaba al padre Rafael todo lo que hacía con Rogelio y cuan sucia y pecadora la hacia sentir el sexo, también le confesaba que a veces, en las mañanas, mientras Rogelio trabaja, ella necesita de un hombre. El padre Rafael la tocaba.
— Podemos ir a tu casa—
— No, padre, Rogelio se molestaría—
— En las mañanas el no esta—
— Si desea algo, hágalo acá, solo acá me verá—
El padre Rafael miraba todo el lugar, no encontraba mejor sitio que el confesionario, ahí podía tocarla mejor, pero nunca llegar a más, el más pequeño jadeo era un gran eco.
Una mañana Azucena no encontró al padre Rafael; lo buscó por toda la iglesia, preguntó por él; la costumbre tocaba a la puerta, sentía el frío en el vientre que le daban las manos del padre Rafael pero no estaban esas manos. Caminó de regreso a casa angustiada, con el frío incrustado en la piel y el calor expectante. Dobló la última esquina y ahí lo encontró, parado junto a su puerta, esperándola. Azucena siguió caminando, buscaba la llave correcta.
—¿Qué hace acá? —
El padre quedó en silencio
—Le dije que no podía verlo en mi casa —
Azucena abrió la puerta.
—Pase, esta helando —
Entraron, Azucena sirvió dos tazas de café.
—Ya vuelvo, voy a abrigarme —
Azucena subió las escaleras, entró a su cuarto, se acarició las piernas, se dejó caer sobre la cama, sus dedos recorrían todo su cuerpo, el vestido iba escapándose de su cuerpo, cerró sus ojos y pensaba en el padre Rafael y en Rogelio. En cómo sería tener a los dos. Abrió los ojos y ahí estaba, el padre Rafael, Azucena se sentó, casi desnuda. el padre Rafael caminó hacia ella mientras abría su camisa y ella terminaba de quitarse el vestido, se acostaron, se disfrutaron lentamente.
Las visitas eran regulares, aprendieron a no respirar mientras se amaban y no dejar salir el aliento del confesionario.
VII
Una mañana, mientras se vestían, apurados pues Rogelio no tardaba en llegar, el padre Rafael intentó besar a Azucena, ella respondió con una bofetada.
—Te amo —
—No diga eso padre, usted es un sacerdote —
—Te amo Azucena, quiero pasar toda mi vida haciéndote el amor —
—Si usted no fuera sacerdote ¿Qué sería de nosotros? —
—Podríamos vivir juntos —
—No me refiero a eso, estamos aquí porque usted es sacerdote —
El padre Rafael le tocó la pierna, le dio un beso en la frente y se marchó. Se marchó del amor y la pasión, de la iglesia y de Dios.
Azucena llenó sus mañanas de amantes, buscando aquellas manos fuertes que la hicieran olvidar. Aprendió a desviar su camino hacia la iglesia y el mercado. Coqueta dejó los vestidos floreados, los cambió por pantalones y polos que le daban siempre un nuevo candidato, una nueva esperanza de encontrar el placer matutino que le recordara aquella noche, cuando descubrió que el amor nace bajo la espalda y muere en los labios.
Rogelio por su parte, llenaba las noches de Azucena, llegaba todas las tardes, y después de comer hacían el amor hasta caer dormido, Azucena permanecía despierta, Rogelio ya no era el gran amante,
En ocasiones Azucena se despertaba muy temprano, se metía bajo las sábanas, Rogelio se despertaba por el movimiento.
—Hazme el amor —
—No, chiquita, tengo que trabajar —
—No vayas hoy —
—Lo siento, te prometo que en la noche no paro hasta que salga el sol —
Azucena se volvía a acostar, Rogelio, sonrisa imborrable se duchaba y se marchaba a trabajar.
Cuando Azucena quedó embarazada Rogelio decidió arriesgar e invertir en mas puestos del mercado. Rogelio era mas feliz que nunca, sabía que Azucena dejaría de engañarlo en las mañanas, y no importaba si el hijo no era suyo, el era feliz.
Rogelio solo discutió una vez con Azucena, fue al decidir el nombre de su recién nacido hijo, él quería llamarlo Rómulo, como su abuelo; Azucena, Rafael.
Rogelio, temeroso de marchitar a su más hermosa flor del jardín acepto llamarlo Rafael.
Meses mas tarde, Azucena atendió la primera oferta para el alquiler del primer piso de su casa, Azucena y Rogelio necesitaban mas ingresos y la casa era demasiado grande para ellos.
—Alo —
—Llamo por el aviso de alquiler —
Azucena reconoció su voz
—Si, mi esposo lo puede atender a partir de las 7 que regresa —
Colgaron el teléfono
Azucena busco sus cosas, buscó entre todos sus vestidos guardados hasta encontrarlo, el vestido naranja floreado, se duchó y se ató el cabello, buscó un enagua y sus zapaos chatos.
Sonó el timbre, Azucena corrió, sabía que era él, el padre Rafael había vuelto por ella.
—Rogelio qué paso —
—¿por qué? —
—Hoy trabajas hasta tarde —
—Estoy cansado, ¿Qué haces vestida así? —
—Nada —
Rogelio besó a Azucena, metió la mano bajo su falda
—Hoy no Rogelio —
No hizo caso, siguió tocándola.
—No quiero! —
Azucena lo retiró bruscamente, Rogelio buscó una botella de pisco y se marchó a su cuarto; Azucena se quedó esperando.
El timbre despertó a Azucena, era muy tarde, abrió la puerta y lo encontró, más delgado y sin lentes, Rafael, en jeans y polo, Azucena lo dejó pasar.
—Disculpa la hora, ¿está tu esposo? —
—¿para qué?
—Quiero alquilar el primer piso —
—Ya conoces la casa, no pedimos mucho —
—Entonces cuándo puedo firmar —
Azucena tomó las manos de Rafael, las puso sobre su pierna y las hizo subir, despacio, cerros los ojos y las atrapó con las piernas. No tenía ropa interior. Rafael se arrodillo frente a ella, beso sus muslos, subió, azucena sujetaba su cabeza, lo presionaba cada vez mas fuerte con las piernas, Rafael desabrochó sus pantalones, se liberó de las largas piernas y la besó, Azucena se dejó besar, mientras sentía a Rafael entrando en ella.
—Recuérdame quien soy — Dijo a voces Azucena
Rafael la tomo con fuerza, sabía a lo que ella se refería pero castigador, el seguía; Azucena se mordía los labios, le mordía los hombros; Rafael le hizo una señal con los ojos, Azucena se dio vuelta, el la tomo de la cintura, de la cadera, de los hombros, de los brazos, Azucena enterraba la cabeza en los almohadones del mueble, los mordía, gritaba.
—Te dolió verdad —
—Me encantó —
—Ya no soy sacerdote —
—Lo sé —
—Vámonos, llevémonos a nuestro hijo —
Azucena sabía que no era su hijo, era hijo de Rogelio
—No es tu hijo —
Rafael la sujetó del cuello, empezó a ahorcarla
—Dame a mi hijo, ahora —
—No es tu hijo, Rafael, lo siento —
—Crees que puedes usar a la gente así?, dámelo —
Azucena sonrió, Rafael cayó, Rogelio tenía un rodillo en la mano, Rafael intentó ponerse de pie, Rogelio volvió a golpearlo.
—¿Qué haces? —
—Ayudarte —
Rogelio siguió golpeando a Rafael, la sangre cubría todo su cuerpo desnudo. Azucena se preguntó de nuevo cómo seria hacerlo con los dos. Llamó a Rogelio con la mirada, Rogelio apagó la luz. Se acostó sobre la espalda de Azucena, que lo esperaba mientras observaba lo que la luz de la luna le permitía ver del rostro, desecho de Rafael.
jajajaj, muy buena imaginacion ¿porque es eso verda solo un cunto o no???????...... chevere amix...
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